Una buena amiga mía Angélica Edwards, me prestó un libro que a su vez se lo había prestado a ella, Cristián Warnken, o sea dos lectores anteriores. La condición no fue dicha pero el general, los libros prestados a terceras manos, sin decirlo te llevan a devolverlo pronto. “ En lo ajeno, reina la desgracia” dicen y uno anda media “espirituada”. Se fue ya de mis manos, y quiero tenerlo de nuevo. Buen libro del colombiano Abad Faciolince, además de leérselo de un run, uno quisiera volver a él, pero a través de otros, es decir que mis hijos pudieran leerlo y así poder comentar con cada uno de ellos, conversar sobre algunos episodios impresionantes de la vida de su padre, un profesor universitario que fue muerto, muerto a sangre fría en el año 1987. En una palabra: Violencia
“Vivir para contarlo” de Héctor Abad Faciolince, es un testimonio escrito por su hijo que invita a preguntarnos por los sentimientos más hondos que se juegan en la vida familiar, en el marco de las hondas preocupaciones de la sociedad colombiana. Historia para llorar a mares y reírse con ganas. Talvez, muchos papás chilenos podrían ir a estas lindas páginas que entregan un sinnúmero de buenos consejos y entrelineas, “el mejor método de la educación es la felicidad “, repetía su papá. Creía firmemente que mimando a destajo a los hijos éstos, serían muy felices y buenos. Amor sin límites, consentido. Regalonear hasta el cansancio, ya que si la vida posterior a la infancia querámoslo o no si va a ser dura y difícil. El cimiento besuqueador no tiene precio, en la vida de adulto. Su regaloneo incluía hasta lecturas muy emotivas en voz alta ¿ Se imaginan a un padre chileno leyendo a sus hijos una tarde cualquiera el cuento de Oscar Wilde “El Ruiseñor y la Rosa”?
Relación Padre- Hijo
El conocimiento mutuo entre los hijos y los padres es notable. Se conocen, por tanto el respeto es total. El papá tenía dos posibilidades al llegar después del trabajo, dice el autor: “de mal genio, o de buen genio. Si llegaba de buen genio, lo cual ocurría casi siempre, pues era una persona casi siempre feliz. Desde que entraba se oían sus maravillas, estruendosas carcajadas, como campanadas de risa y de alegría. Nos llamaba a los gritos a mis hermanos y a mí, todos salíamos a recibir sus besos excesivos, sus frases exageradas, sus piropos hiperbólicos y sus abrazos largos. Si en cambio llegaba de mal genio, entraba en silencio y se encerraba furtivamente en la biblioteca, ponía música clásica a todo volumen y se sentaba a leer en sillón reclinable, con la puerta cerrada con seguro. Al cabo de una o dos horas de misteriosa alquimia (la biblioteca era el cuarto de las transformaciones), ese papá que había llegado malencarado gris, oscuro, volvía a salir radiante, feliz. La lectura y la música clásica le devolvían la alegría, las carcajadas y las ganas de abrazarnos y de hablar”.
El autor como hijo, al hablar del padre, pues claro aparece también una mamá amorosa, hermanas y toda esta atmósfera te lleva a revivir nostalgias familiares. ¿Con qué te quedas cuando mueren tus padres?, ¿Cuáles son las perdidas verdaderas de esta única relación? ¿Cómo se vive o se recuerda nuestra niñez? Las fuerzas narradas en la historia del noble doctor, (experto en el campo de la salud pública), son los verdaderos miedos, abandonos, atropellos, que felizmente son equilibrados con tanta ternura, delicadeza y rectitud. Noble padre, noble hijo. Valiosos ambos.
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