
En general localicé dos Méxicos, dos o doscientos mil, el primero muy vital, girador, muy de ahí, de un ser único, auténtico, ferial y finalmente distendido, ahoritas que todavía espero. El otro, sin dudas aparejado a este, era un México cosmopolita, bien artístico, ávido de carteleras y paseos. Así, El Buen Canario, una obra de teatro de Zach Helm, montada por John Malcovich y protagonizada por Diego Luna, entre otros, se robaba las conversaciones de pasillo. La venta de boletos se había disparado, dando lugar a reventas con superprecio. El fenómeno de El Buen Canario me recordó el de La Negra Ester en Chile, obras imperdibles y rodeadas por un halo de afición sin precedentes. Quise asistir pero, dado que incluso Daniel Cassany, experto en filólogo y con las mejores amistades mexicanas, no lo consiguió, desistí…pero no del todo.
Apenas llegué a Chile, encargué via Internet esta obra de Zach Helm, de la editorial mexicana Sexto Piso, una de las editoras, la venezolana Nadir, casualidades, la conocí en mi periplo. Sí, casualidades. Al volver a Chile, uno de mis hijos leía Los Siete Pecados Capitales de Pavić ¡de esta misma editorial! Ahora, con El Buen Canario en mis manos, me hago la película de lo que sacudía a este México, esta historia de drogas, preguntas, de búsqueda de sentido… ¿Volará este pajarillo a estos lares?
En el D.F., que es inmenso, El Barrio de la Condesa me pareció el lugar más cercano. Allí viviría, pensé. Para hacerse una idea, es un barrio como Lastarria o Bellavista por su tono cultural, muy Art Nouveau y Deco, de cafés, artes y libros, la pausa necesaria para esta ciudad hiperdinámica. Teniendo amistadas nativas, siempre es mas grata una ciudad. El escritor Rodolfo Naro y su polola fueron excelentes anfitriones.

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